Este fin de semana, aunque en aparente segundo plano dentro de su proverbial humildad, el auténtico protagonista de la festividad del 25 de Julio será monseñor Julián Barrio, arzobispo de Santiago, a quien corresponde el honor de ser anfitrión de todos cuantos se acerquen al santuario del Apóstol. Pocas veces se otorga valor al origen de lo que somos en el mundo; sin la basílica en donde se custodian los restos del Apóstol, nada sería igual Las ciudades se crearon en torno a un templo o una catedral, y no al revés. Gracias a un milenio orando en torno a una tumba y a que todos los caminos conducen a Santiago somos uno de los tres grandes centros de la cristiandad, con Roma y Jerusalén.
Monseñor Barrio es uno de los nuestros tras 30 años ejerciendo en Galicia su ministerio. Obispo auxiliar desde el 31 de diciembre de 1992, más tarde Juan Pablo II lo elevó a la dignidad de arzobispo, la víspera de Reyes en 1996, y desde entonces hasta hoy actuando como “un hombre de Dios”. Superó momentos difíciles (el caso Códice Calixtino fue uno de sus peores momentos)), se enfrentó a enfermedades, superó escollos de todo signo, pero siempre bajo el prisma de su bondad, entereza ante las dificultades, serenidad para afrontar los problemas y fuerza de voluntad para superarlos.
En su haber, el casi milagro de conseguir fondos suficientes para reconstruir una catedral a la que las humedades y el paso del tiempo amenazaban acabar en ruina. Con Mariano Rajoy en el Gobierno de España, un presupuesto de casi 18 millones fue la mejor recompensa a tres décadas de entrega al apostolado. Con una formación humanística y teológica amplísima, forjada en el seminario de su tierra natal (León), en universidades de Salamanca, Oviedo y Roma, donde fue becario y responsable de la Biblioteca del Instituto Histórico Español, miembro del Consejo Nacional de Rectores de Seminarios, galardonado con reconocimientos a su labor, entre ellos la Medalla de Galicia y el Premio Gallegos del Año, don Julián es persona que aparenta saber mucho menos de lo que sabe, cálido en el trato, cordial y afectuoso con todos y preocupado por el bienestar de las personas que más sufren.
Y además, es un hombre sabio. Esta fue la respuesta dada a una persona a quien felicitó por el éxito obtenido en su trabajo: “No olvide usted que los éxitos de hoy son mucho menos importantes que los aciertos del mañana”. Feliz y luminosa fiesta del Apóstol, querido don Julián. Lo merece.
Alberto Aldán
Artículo publicado en El Correo Gallego