A lo largo de la historia numerosos santos y santas han dejado una huella profunda no solamente en asuntos estrechamente relacionados con la Iglesia y con la fe, sino también en la historia del pensamiento, en la evolución de la sociedad, y en los acontecimientos políticos, económicos y humanos. Hablamos de hombres y mujeres con sorprendente fuerza espiritual, fe inquebrantable, y que en nombre de esta fe vivieron su propia existencia, renunciando a todo lo demás.
Es el caso de Santo Tomás de Aquino a quien mañana recordaremos en su fiesta, cuya figura y obra, a pesar del paso de los siglos, sigue estando de permanente actualidad. Vivimos una situación cultural en la que se ha instalado un modo de pensar según el cual todo es opinión: la verdad sería el resultado del consenso. En muchos ambientes impera el relativismo, cuando no la negación de la misma trascendencia.
La humanidad está necesitada de una nueva vitalidad intelectual para una vida sencilla en sus aspiraciones, concreta en sus realizaciones, transparente en su comportamiento. Por eso, con su carisma de filósofo y de teólogo, el Doctor Angélico nos ofrece un valioso modelo de armonía entre razón y fe, dimensiones del espíritu humano que se realizan plenamente en el encuentro y en el dialogo entre sí.
San Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio señaló que “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad” y recordaba que la Iglesia ha propuesto siempre a Santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología.
Como recordaba el Santo Papa Pablo VI en el 7º Centenario de la muerte del Doctor Angélico: “Santo Tomás poseyó en grado eximio audacia para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar problemas nuevos y la honradez intelectual propia de quien, no tolerando que el cristianismo se contamine con la filosofía pagana, sin embargo no rechaza apriorísticamente esta filosofía”.
Muchos pensadores cristianos se destacaron como interlocutores imprescindibles en su tiempo. Por eso hoy es más necesaria que nunca, la presencia de intelectuales cristianos en las universidades, centros de formación, medios de comunicación, como afirmaba el recordado Papa Benedicto animando a prolongar la influencia cristiana en el marco de la discusión pública
En ese sentido Tomás de Aquino apuesta por la razón humana. Frente al mito, el sentimiento y la mística, al margen de cualquier iluminación innecesaria, afirma el poder de la razón, con cuyo esfuerzo el hombre ha de desentrañar los entresijos del ser y superar cuantos obstáculos y dramas se le presenten en el mundo natural, ético y político. Y, aún más, porque el hombre, la razón humana, es capaz de elevar el vuelo desde el mundo, por la vía de la analogía, hasta el ser supremo. Es el poder de la razón humana lo que afirma y defiende Tomás de Aquino.