“En el peligro grité al Señor, y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo” (Ps 118,5)
Queridos Miembros de la Vida Consagrada:
En otras ocasiones he tenido la gozosa oportunidad de dirigirme a vosotros con motivo de diferentes celebraciones. También ahora quiero haceros llegar mi cercanía con esperanza cristiana en medio de la incertidumbre que estamos viviendo, por la pandemia del coronavirus de la que no estamos ajenos.
Ante esta realidad de manera especial necesitamos acompañar y sentirnos acompañados, guiándonos por la Palabra de Dios, que es “lámpara y luz para nuestros pasos”. En este contexto, traigo a la memoria el pasaje del evangelio Mc 9,14-29 en el que se nos narra que los discípulos de Jesús no pudieron echar el demonio del que estaba poseído aquel joven presentado por su padre, y le preguntaron cuál era la razón. Él les respondió: “Esta especie sólo puede salir con la oración”. Nuestra capacidad de servicio depende de la comunión con Dios. Es un servicio que cada uno de vosotros habéis de ofrecer a través de vuestro carisma que sin duda se abre a un gran horizonte en estas circunstancias. Y esto exige una fe firme acompañada por la oración y el ayuno como indica Jesús a los suyos. Ciertamente el Señor escucha siempre y se hace solidario del dolor y del agobio, sabiendo que podemos revitalizar nuestra fe desde la vida con sus problemas y dificultades. No sería bueno naufragar en la desilusión.
Es preciso avivar la confianza en el Señor “en cuyas manos están nuestros azares” (Ps 31, 16), sabiendo que no nos olvida: “Mira, te llevo tatuada en mis palmas” (Is 49,16). Hasta es posible que envueltos en el ropaje de la cultura actual, un tanto acomodaticia, hayamos descubierto nuestra desnudez e intentado escondernos de Dios que nos pregunta como preguntó a Adán: ¿dónde estás? (cf. Gen 3,9). Podemos responder: “Dios Todopoderoso y eterno, he aquí que vengo al sacramento de tu Hijo único, Nuestro Señor Jesucristo. Vengo como un enfermo al médico de la vida, como un impuro a la fuente de la misericordia, como un ciego a la luz de la claridad eterna, como un pobre y desposeído al Dueño del cielo y de la tierra. Imploro pues la abundancia de tu inmensa liberalidad a fin de que te dignes curar mi enfermedad, purificar mi suciedad, iluminar mi ceguera, enriquecer mi pobreza, vestir mi desnudez” (Santo Tomás de Aquino).
Es tiempo para fortalecer la esperanza cristiana como pordioseros ante Dios. “Que el Dios de la esperanza os colme de alegría y de paz viviendo vuestra fe, para que desbordéis de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rom 15,13). No se trata sólo de llenar de alegría el acto de creer a pesar de los pesares, sino de llenarse de alegría porque somos débiles y frágiles. Esta honda profesión de fe nace cuando los cristianos son llevados a situaciones límites y a los márgenes de la ciudad habitada. Aquí encuentra eco el mensaje paulino: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo…Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12,9-10).
El argumento de nuestro testimonio es la caridad. Sólo la vida que entregamos a los hermanos vuelve a Dios Padre perfectamente realizada. A veces no valoramos suficientemente el regalo que se nos da con la vida. Somos importantes porque somos objeto del amor de Dios. Ese amor que nos hace amables al ser capaces de amar y dignos de ser amados. Nuestra pobreza interior se manifiesta en el cualquier tiempo de dificultad, comprobando que lo exterior es ocasión para poner de manifiesto nuestra falta de fortaleza interior. La espiritualidad es un ejercicio de superación de los propios límites, ejercitando el espíritu sin miedo a enfrentar la realidad. Hemos de mirar al otro que “es como un espejo que me permite conocerme a mí mismo”, sin olvidar de “mirar al que atravesaron” (Jn 19,37), y más en estos momentos.
Me uno a vuestra oración, rezando con vosotros y por vosotros. Sé que rezáis por la Diócesis. Os lo agradezco. Con cordial afecto y bendición en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela.