- El clérigo de Costa de Marfil llegó a Galicia en el 2005. Ahora, 18 años después, sigue sintiendo morriña de su tierra y atiende siete parroquias de la Costa da Morte mientras dirige la oenegé Égueire
Su llegada a Galicia hace 18 años revolucionó a toda una parroquia. El sacerdote Desiré Kouakou (Costa de Marfil, 1972) llegó a Mazaricos en el año 2005 de la mano de su amigo Xosé Manuel, un párroco gallego con quien había estudiado en Madrid. Después de cinco años trabajando como misionero en Burkina Faso, «estaba tan cansado» que su amigo le propuso venir a Galicia: «Yo estaba en Madrid pensando en hacer un doctorado, pero él me dijo: “Para descansar y reflexionar mejor vente aquí a Mazaricos”». Y así lo hizo, dejando con la boca abierta a los feligreses que nunca habían visto a un cura de origen africano tras el altar. Su primer contacto con tierras gallegas lo «descolocó un poco», pero los vecinos lo recibieron con los brazos abiertos: «No sentí ningún rechazo, fue todo amabilidad y paciencia conmigo».
Cuando llegó a Galicia estaba decidido a volver a su tierra, Costa de Marfil, en dos años «como máximo», pero finalmente decidió quedarse. Estudió un máster de cooperación internacional y justamente después se animó a crear la oenegé Égueire, una asociación de cooperación para el desarrollo en África con la que ha conseguido acercar la realidad africana a Galicia.
A sus 50 años y echando la vista atrás, para Desiré cada etapa de su vida ha sido «tremenda». De pequeño soñaba con ser sacerdote, médico o piloto de aviones, pero finalmente se decantó por lo primero. Y allá se fue, con solo 19 años, de Costa de Marfil a Madrid, pasando por Sevilla, a estudiar Filosofía y Teología, disfrutando de los «mejores años» de su vida. Tras acabar sus estudios se marchó a Burkina Faso, donde vivió en sus propias carnes el contraste con Europa: «Supuso mi primera andadura como sacerdote. De familia acomodada y de formación europea, me encontré allí con otra realidad que me permitió abrirme».
Ahora Desiré sigue haciendo lo que le apasiona, mientras hace números para atender siete parroquias, dirigir la oenegé y dejar un hueco en su agenda para el tiempo libre. El que le sobra lo dedica a ayudar a enfermos, leer y hacer deporte. «He aprendido a nadar, y ahora nado y voy al gimnasio para intentar mantenerme en forma, aunque me cuesta muchísimo», confiesa el sacerdote entre risas, una de sus señas de identidad. Pide disculpas por no haber aprendido gallego en todos estos años y revela que, aunque se considera africano, la comunidad gallega le ha aportado muchísimo, y que algo se le ha pegado en sus poros: «Galicia es un paraíso, ¡hasta me he acostumbrado a la lluvia!». Sigue sintiendo morriña por su tierra, pero ahora, con unos cuantos años más encima, ha aprendido a dejar el futuro abierto. «Yo nunca había pensado llegar a Galicia y aquí estoy», concluye.
Fuente: La Voz de Galicia