Dios nos llama y nos ilumina

La 1ª lectura de la Misa de hoy, muestra a Abrahán como un hombre, procedente de Ur de los Caldeos, que siente que un dios desconocido le llama y le mueve a salir de su casa y de su tierra, e ir a otro lugar que Él le irá mostrando. Ese dios, el Dios vivo y verdadero, le promete hacerle grande, multiplicar sus rebaños y darle una descendencia numerosa. Promete bendecir a quien le trate bien y pedirle cuentas a quien le repruebe. Todo el mundo recibirá por él las bendiciones divinas. Abraham escucha a Dios y se fía de él.

San Pablo le ruega a Timoteo que asuma con seriedad los trabajos de anuncio del Evangelio, apoyándose en las fuerzas que el Señor le dará. Deja bien claro que la salvación para el hombre le viene de Dios, que le ha llamado a una vida santa, en virtud de su gracia, que nos ha concedido merced a nuestro Señor Jesucristo, y no por los méritos que nosotros hayamos podido tener. Por medio de él, ha destruido el Señor la muerte y nos ha dado la vida inmortal.

El Evangelio refiere como se produjo la Transfiguración de Jesucristo, tal como indica San Mateo. El Maestro llevó a Pedro, Santiago y Juan a un monte alto de Galilea, probablemente el Tabor. Jesús, que en la vida ordinaria no mostraba signos de su divinidad, en lo alto del monte se transfiguró, y apareció con la imagen propia del Hijo del Eterno Padre. Sus vestidos resplandecían como el sol. Aparecieron entonces Moisés y Elías, que conversaron con él. Pedro consideró que aquello era la antesala de la gloria. La voz del Padre, salida de una nube, proclama a Cristo como su Hijo amado. Aquella situación terminó en seguida, por lo que quedaron solos Jesús y los tres discípulos que lo habían acompañado al monte. Jesús les mandó guardar en secreto lo que habían visto, hasta el momento de la resurrección de Cristo de entre los muertos.

José Fernández Lago