A lo largo y ancho de toda la cristiandad, muchas iglesias guardan imágenes sagradas con fama de milagrosas, ya que la tradición afirma que, aparte de “realizar” algún hecho portentoso que se escapa a la razón humana, tienen algo de especial por salvarse de las llamas, sudar sangre o, incluso, por no afectarle ninguna calamidad.
En la carpeta número 85 del fondo de Fray Celestino Fraga, en el archivo de la provincia franciscana de Santiago, se halla un memorial insólito acerca de un Santo Cristo que se encontraba colocado en el antiguo convento de los frailes menores de A Coruña. Junto a este documento, se encuentran otras noticias acerca del destrozo causado por los franceses en la ciudad o el traslado de la cofradía de la Virgen del Portal de la Colegiata al convento de San Francisco en 1710. En el libro de sepulturas y dotaciones (1747-1770), hacia la parte final (fol. 88 recto y vuelto), un hermano hizo las siguientes anotaciones explicativas acerca de la imagen del Crucificado: “Esta imagen de este Santísimo Cristo estaba en la reja del coro de este convento. Por los años del Señor mil seiscientos y cincuenta y ocho, a tres de abril, a las tres de la tarde, sucedió un horroroso incendio en la torre de la Pólvora en donde padeció este convento e iglesia gravísima ruina”. El autor del texto sigue relatando cómo la virulenta explosión, aparte de generar una “tempestad de piedras que disparaba la torre”, desató un voraz incendio que dañó el complejo conventual. Los frailes esperaban no encontrar resto alguno de la imagen; sin embargo, poco después fue “hallada por dos religiosos y dos flamencos entre las hierbas del campo que está tras la capilla del Espíritu Santo (…) sin la mayor lesión en su cuerpo”. El hecho se fue divulgando por toda la ciudad, despertando en los coruñeses gran devoción a este Cristo, denominado en adelante “del Consuelo”. Ante la gran cantidad de devotos, la comunidad franciscana determinó, como afirma el documento, levantar una capilla exclusiva para la imagen, situada entre la iglesia y la portería. En 1764 el síndico, Fray José Bazarra, siendo guardián Fray Bernardo Lavandeira, enriqueció la capilla de su propio bolsillo: hizo una tarima ante el altar, reforzó las vigas de la techumbre, colocó un limosnero para recoger las caridades de los fieles y procuraba que se celebrase habitualmente una Misa ante el Santo Cristo.
Luis Ángel Bermúdez Fernández