No existe registro detallado de las ocasiones en las que se han hecho trabajos de restauración en el valioso retablo policromado de la iglesia de Nebra. El párroco, José Ramón Jorge Mosquera, cree que la última vez fue a principios del siglo pasado.
La pieza, única en la zona, es una rareza artística que llena de orgullo a los feligreses. Sin embargo, el inclemente paso del tiempo había dejado su mordida sobre los vivos colores de la obra, y el viejo esplendor por el que fue tan celebrada se percibía cada día un poco más apagado. Por eso, la parroquia pidió el auxilio de la Xunta, que tras evaluar el estado del retablo y su gran interés cultural accedió a cubrir la totalidad de los gastos derivados de su restauración.
Fueron ocho meses de trabajo arduo y continuado, durante los cuales un curtido grupo de profesionales trabajó sin descanso para eliminar repintes y devolver a la imagen su luminosidad original. En el proceso se descubrieron guirnaldas y adornos que habían sido ocultados por los últimos intentos de restauración. Es decir, que llevaban casi un siglo enterrados.
La primera iglesia de Nebra fue construida en torno al siglo XII, con el característico estilo románico de los tiempos medievales. Pero, tal y como indica Mosquera, aquel edificio se derribó alrededor del siglo XVIII, y se sustituyó por otro más moderno y acorde con los estándares estéticos de la época. Esta ambiciosa obra fue posible gracias a dos curas, naturales de la zona, que habían acabado trabajando en la catedral de Santiago. Los clérigos empujaron para asegurarse de que su parroquia de origen tuviera un lugar de culto lo más majestuoso y grande posible. Además del más que notable templo, quedó para siempre el imponente altar pétreo de la Virgen que hoy, gracias a una meticulosa labor artesana y al afán de unos vecinos por preservar su pasado, luce tonos más rutilantes que nunca.
Vecinos volcados
En Nebra han aguardado con paciencia e ilusión el día de poder observar su retablo, ya reencontrado con su viejo esplendor. Durante estos meses, una cortina tapaba el trabajo en proceso. Pero la espera ha merecido la pena. La emoción y las pasiones que ha levantado el resultado final recompensan con creces la demora.
Para los más jóvenes, ha sido como verlo por primera vez. Pues, según los vecinos, está ciertamente irreconocible. Los vivos tonos charolados del pasado, que durante tantas décadas se habían creído perdidos para siempre, retornan en forma de regalo para la vista. Los feligreses ahora tendrán un motivo más para acudir a esta emblemática iglesia empedrada.
Para los más mayores, ha sido un momento de sincera emoción nostálgica. El cura relata que al más anciano de los feligreses, un hombre de unos 96 años, se le iluminó el rostro ante la presencia del renovado altar. Él era de los pocos que lo había visto, muchísimos otoños atrás, tras otra labor de restauración —se cree que estos trabajos se llevaron a cabo entre la década de 1920 y 1930, pero no se sabe con exactitud porque no fueron incluidos en el registro de la iglesia—.
El párroco también cuenta que otro de los vecinos exclamó: «En mi vida imaginé que podría ver eso detrás de las pinturas». Mosquera, cercano y directo, sentencia con un simpático y orgulloso «es un alucine» de su propia cosecha. Un revulsivo para la vida del lugar.
Pero la implicación de algunos ha ido más allá de la admiración devota. Uno de los fieles utilizó sus conocimientos sobre cableado y electricidad para añadirle iluminación al retablo, lo que engrandece su majestuosidad y poder de evocación gracias a las poderosas luces artificiales que compensan la penumbra general de la iglesia.
Es un importante acontecimiento para las personas que acuden asiduamente a este templo. Su lugar de culto y reunión tiene ahora una resplandeciente cara nueva. Seguramente, la obra no se volverá a restaurar en muchos años. «La gran mayoría no volveremos a ver algo así», apunta José Ramón Jorge Mosquera. En la iglesia de Nebra late, con reestrenado vigor, un nuevo corazón. Uno de roca bruñida y figuras bíblicas. El altar de la iglesia de Santa María de Nebra.
Fuente: La Voz de Galicia