Fray Pedro de Santa María: un apóstol del Rosario nacido en nuestra Archidiócesis

El 6 de junio de 1690, con apenas 48 años, fallecía en el convento dominico de San Pablo de Sevilla, y en olor de santidad, fray Pedro de Santa María y Ulloa, fervoroso predicador de la devoción al Santo Rosario. Sus honras fúnebres, concurridísimas por el pueblo fiel, fueron sufragadas por el Cabildo catedralicio; en uno de estos actos, celebrado el sábado 17 de junio de dicho año, predicó la oración pertinente fray Antonio de Cáceres, quien describió a fray Pedro como “un hombre justo, a un religioso observantísimo, a un hijo verdadero de mi gran padre Santo Domingo, a un predicador apostólico, a un ejemplar de virtudes, a un varón celosísimo del bien espiritual de las almas, al devotísimo de María Santísima, Señora nuestra, al que con todas sus fuerzas procuró extender, explayar y entrañar en los corazones de todos la devoción al Santísimo Rosario”. Sin duda alguna, la mejor fuente acerca de la vida de este religioso la tenemos en este sermón panegírico, donde el predicador rastreó todos los datos mediante los hermanos de comunidad. No podemos, de igual modo, despreciar la biografía que aparece acerca de este benemérito padre en su obra Arco Iris de Paz, libro donde expuso abundantes consideraciones acerca de los misterios del Rosario, y que alcanzó unas veinticinco ediciones. Subrayaremos, también, las aportaciones biográficas de fray Diego de la Llana; de su hijo espiritual, Tomás Pedro de Andrade, y de las investigaciones contemporáneas de Aureliano Pardo Villar, Romero Mensaque, Fiaño Sánchez, Vázquez Miraz, Iglesias González, acerca del personaje y de su romería, entre otros…

Nació fray Pedro de Santa María y Ulloa, en el siglo Pedro Manzanas Corral, en la aldea de Castrillón, parroquia de Santa María de Ois, actual ayuntamiento de Coirós (A Coruña), el 28 de abril de 1642; era hijo de Pedro Manzanas Ulloa y Catalina Corral, que subsistían gracias al oficio de labradores. Nació en la víspera de San Pedro mártir de Verona, y recibió las aguas bautismales en el templo parroquial el día 3 de mayo, día de la Santa Cruz, actuando como padrino el caballero don Jerónimo Gayoso. Tuvo dos hermanos más: Juan López Manzanas y María Manzanas. Ya desde su tierna infancia, Pedro fue un niño de grandes virtudes y con la clara inclinación de seguir el estado religioso. Fue instruido de forma elemental en la aldea de Xora, en la escuela de Bartolomé de la Mata, donde aprendió a leer, escribir y a recitar las oraciones básicas del cristiano. Pasados los años, el muchacho fue enviado a Betanzos, a la cátedra de Gramática del Licenciado Juan Rodríguez, donde estudió Latín y Humanidades. Llegada la edad conveniente, luego de ser paje de la marquesa de San Sadurniño, Pedro decidió entrar en la Orden Dominica, acudiendo al convento más cercano a su parroquial natal, el de Santo Domingo de Betanzos. Allí pudo encontrarse don el vicario provincial del Reino de Galicia, Fr. Domingo Sobrino, que lo examinó y, dadas sus aptitudes, fue enviado al convento de San Esteban de Salamanca, donde profesaría el 10 de septiembre de 1662, y donde recibiría las Sagradas Órdenes. Fue un excelente estudiante de las Sagradas Escrituras, de la Teología Moral, de la Mística y de los escritos de San Gregorio; su preocupación era tener argumentos y lecciones para poder aportar algo de luz a los fieles. En estos años, fray Pedro llevaba una rígida vida penitencial y caritativa: su ración, casi siempre de pescado, era escasa, ya que reservaba la mayor parte para los pobres; en su estancia en Canarias, se alimentaba únicamente de hierbas; el pan blanco que le daban lo vendía, compraba pan moreno y, con la ganancia restante, mantenía a los necesitados…

Después de su etapa formativa, fray Pedro se dirigió a las misiones: de Salamanca partió para Guatemala, donde estaría siete años, luego acudió a Canarias, regresando a España para dirigirse a Roma. De vuelta en la Península, fue a Angola, de allí a Lima, Potosí, otra vez a Canarias, permaneciendo en las islas tres años, de nuevo España y Roma, para luego regresar y asentarse en Sevilla, donde falleció. Son muchos los trabajos que pasó este venerable padre en la extensión del Evangelio y de la devoción al Santo Rosario; tenía como lema “por ganar un alma para Dios, perdería mil vidas”. Sus obras eran acompañadas de muchos milagros, que venían a certificar la rectitud de sus intenciones y la santidad de su persona. En Lima tuvo la prerrogativa de examinar las conciencias, desenmascarando a una embustera que se tenía por santa y que había engañado a la jerarquía eclesial. En Potosí se encontró con los mineros, que no hallaban ninguna veta de plata. El padre Ulloa les dejó una imagen de Santa Rosa de Lima, de la cual era muy devoto pues en Guatemala obtuvo su curación por medio de esta Santa, con la condición de que diesen una limosna al encontrar el metal precioso para el convento que había fundado. La veta fue hallada pero, al negar la dádiva prometida, un manantial de agua anegó las galerías hechas. En sus travesías por el mar fueron muchas las tormentas que amainó con su oración, como aquella que aconteció yendo de camino a Canarias.

En la Isla de Tenerife fundó un beaterio de quince mujeres; trabajó, también, con los campesinos e hizo que mudaran los cánticos profanos y los jolgorios en sus jornadas por el rezo constante del avemaría. En tierras africanas, dependientes de la corona de Portugal, quisieron hacerlo obispo, pero sus intereses no eran esos. Su verdadera pasión era la práctica y la difusión del Rosario, que llamaba el “sánalo todo”. Participó en la Ciudad Eterna en un capítulo de la Orden, y escribió una circular a la provincia Bética exhortando a sus hermanos predicadores la necesaria instauración del Rosario en la vida conventual; podríamos considerar al P. Ulloa, en palabras de Romero Mensaque, el nuevo Alano de Rupe, gran difusor de esta devoción mariana.

Como fue señalado anteriormente, luego de asentarse en Sevilla en 1687, de promover la devoción a Nuestra Señora y su oración predilecta, fray Pedro Manzanas falleció el 6 de junio de 1690. Su cadáver fue revestido en tres ocasiones, ya que su hábito era despedazado por los fieles con el fin de obtener una reliquia. La sepultura fue hecha en el presbiterio, en una bóveda o arcosolio que pertenecía al Condestable de Castilla. Su devoción arraigó en su parroquia natal en el siglo XIX, ya que había sido remitido desde Sevilla “su retrato (…) y como de pocos tiempos a esta parte observo que muchos feligreses concurren los días festivos a alumbrarle y hacer alguna oferta” (AHDS, Fondo General, Varia, 6 de septiembre de 1832, Carta de Leandro Cajiao). Como la gente obtenía favores de este benemérito personaje, y acudía con limosnas en las fiestas de Pascua, que en adelante se constituirían como romerías en honor de fray Pedro, la curia diocesana de aquel momento trató de cortar su culto, originando tumultos y desencuentros entre el párroco y los devotos.

Dado a que su veneración es antigua, constante, notoria, intervenida y, en parte, consentida por la autoridad superior, y que se obtienen abundantes frutos espirituales por medio de su intercesión, el pasado día 11 de febrero, una comisión del Departamento para la Causa de los Santos de esta archidiócesis acudió a la parroquia de Ois, para recoger datos acerca de la figura y la obra de fray Pedro de Santa María, con el fin de elaborar un riguroso informe y arrojar un poco de luz a este caso. Rogamos que, aquellos que se encomienden a su intercesión, y obteniendo de Dios por medio de fray Pedro algún favor, comuniquen este al mencionado Departamento, en el correo causasantos@archicompostela.org

Luis Ángel Bermúdez Fernández