La alegría de la fe

En un contexto histórico posterior a la vuelta del exilio babilónico, el libro del profeta Isaías nos muestra a Dios anunciando la paz al pueblo creyente de Israel, y una holgura económica que iría pareja con la paz. El Señor se presenta a la vez como una madre, que consuela a los creyentes del mismo modo que la madre a un niño. Entonces  verán unos y otros que la mano de Dios se deja sentir.

San Pablo considera que su vida no se entiende después del Camino de Damasco sino como una vida en Cristo. No le importan los bienes terrenos, y no tiene ansia por las ofertas del mundo, pues solo acepta el gloriarse en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. No considera importante la circuncisión ni la incircuncisión, sino que sólo vale la condición de criatura nueva, renovada por Cristo, cuyos estigmas lleva en su propio cuerpo.

Jesús envía delante de él a setenta y dos discípulos, para que preparen su camino. Les indica que tienen un campo inmenso campo de trabajo, y que deben orar al Señor de la mies, para que suscite más obreros que trabajen en ella. Les pide ir ligeros de equipaje, y que no se paren a conversar por el camino, pues el tiempo urge. Les manda transmitir su paz a los que se hagan acreedores de ella. Cuando regresaron junto a Jesús, destilaban alegría. Jesús se puso también él contento, y les dijo que la razón fundamental de su alegría debía residir en que sus nombres estuvieran inscritos en el cielo.

José Fernández Lago