En la pequeña plaza de Feixóo, en la parte que desciende hacia la calle de la Conga, se halla una de las esquinas del monasterio benedictino de San Paio de Antealtares, cuya puerta es conocida como “de los carros”. Enmarcando este acceso, y hermoseándolo, se halla una fachada levantada en 1707, a juzgar por la inscripción de su entablamiento. La escena principal, en la sobresaliente hornacina, nos muestra la huida de la Sagrada Familia a Egipto; como la Virgen y el Niño van sobre los lomos de un burro, la zona circundante suele llamarse de “la borriquita”.
La devoción a la Huida a Egipto, la Virgen desterrada o la Virgen de la Esclavitud no es de origen compostelano, ni tampoco gallego: llegó a Antealtares procedente de Valladolid. Así lo trasmite el segundo libro de asiento de los cofrades -también conocidos por “esclavos”- que va desde 1784 a 1907: “Cofradía de Nuestra Señora de la Esclavitud o Destierro, instituida en este Real Monasterio (…) por Bula de Su Santidad Inocencio X, año de 1646, cuyo original debe estar en el archivo del referido monasterio, siendo abadesa de él en el dicho año la señora doña Francisca Enríquez de Castro y Sotomayor y General de la religión el Reverendísimo Padre Maestro Fray Juan Manuel de Espinosa y con su licencia se formó y erigió esa cofradía a imitación de la que mucho antes se había erigido en Valladolid”. La fundación de esta cofradía motivó que la Huida a Egipto fuese solemnemente venerada con brillantes funciones religiosas en la iglesia conventual. Además, los libros de asiento de cofrades dejan ver cómo en pocos años fueron entrando -aparte de las Benedictinas- otras comunidades de la ciudad, como los diecinueve Franciscanos de Trasouto, que ingresaron en 1662, doce madres Mercedarias en 1676 (cuyas sucesoras entrarían en 1837, junto con las Dominicas y Carmelitas), también canónigos, la aristocracia compostelana, etc. En 1686 se inscribió como esclavo, por ejemplo, Domingo de Andrade, que también sería un propagador de este culto.
Según establecían las constituciones, cada hermano de la cofradía debía portar “una insignia de S clavo, pendiente de algún listón o cosida en algún escapulario o vestido”; este escudo lo vemos representado en el retablo de la hermandad, sobre la hornacina central y también en la mesa del altar, construido “a la romana”. A lo largo del año se le tributaban a la Virgen siete Misas, en honor de los siete años de su destierro, cifra conocida mediante una revelación que fue dada a un monje; estas caían en las siguientes fechas y fiestas religiosas: Inmaculada Concepción, Natividad de María, Natividad de Cristo, Purificación, la Santa Cruz de mayo, Ascensión del Señor y Asunción de María. Cada uno de estos cultos eran sostenidos por las limosnas de cada “esclavo”, a cuya entrada a la cofradía se le daba una bula con la fecha de su profesión, juramento de servir a la Virgen y el resumen de indulgencias. Además, el papa Pío VI concedió, el 5 de diciembre de 1783, indulgencia plenaria perpetua para todos los fieles que visitasen la iglesia de Antealtares el último día de la fiesta de la Esclavitud; el obispo Fray Manuel María de Sanlúcar, el 12 de octubre de 1848, otorgó cuarenta días de indulgencia a los que rezasen un Padrenuestro, Credo o Acto de Contrición delante del Niño Jesús, o bien un Avemaría, letanías lauretanas, o Padrenuestro y Avemaría, delante de las imágenes de San José y de la Virgen, representados en este misterio, y que se encuentran sobre la citada puerta de los carros. El prelado compostelano Fray Rafael de Vélez, al mismo misterio que se halla sobre la puerta, concedió ochenta días de indulgencia.
Sin embargo, la fiesta principal -tributada a este episodio de la Sagrada Familia- tenía lugar el domingo inmediato al primer lunes después de la Epifanía, tal y como indican las constituciones. Durante siete días se conmemoraban los siete años de exilio de la Sagrada Familia. Luego de estos, según una poética reseña publicada en un periódico de la ciudad el 7 de enero de 1927, desde la clausura se conducía la imagen de los tres peregrinos, ricamente vestidos a su vuelta, con una borrica cargada con los enseres que la familia utilizaba en su vida diaria, y también de dulces. Tras ellos, de una palmera confeccionada por las monjas, salían pájaros de todos los colores y dátiles. Desde la portería, las andas eran trasladadas por muchachos revestidos de sotana y sobrepelliz que, rodeados de docenas de niños compostelanos, conducían al grupo para la finalización de los cultos del septenario. Si los gastos del culto eran cuantiosos, cuánto más los banquetes y agasajos a la comunidad, así como los detalles ofrecidos a los asistentes en las ceremonias.
Aunque hoy se han perdido estas celebraciones tan folclóricas, aparte de las imágenes exteriores, todavía se mantiene este grupo escultórico en la capilla lateral del lado del evangelio, en un magnífico retablo barroco. Tal y como aclara el P. Colombás, el retablo de la Huida estaba ya colocado en el trienio de 1709 a 1713, y posiblemente procedía de la iglesia anterior. El 20 de enero de 1713, la abadesa, doña María de Novoa y Sarmiento, contrató la pintura y el dorado del mismo con Francisco Suárez por 6000 reales. En este retablo de columnas salomónicas, aparte del misterio objeto de comentario, está representada la Epifanía y la matanza de los inocentes. Finalmente, el pontífice Benedicto XIV le concedió altar privilegiado mediante un Breve, aplicable esta prerrogativa a las “almas solamente de los cofrades difuntos”. León XII, el 22 de noviembre de 1828, renovó la concesión de altar privilegiado, extendiéndola a todas las almas y, además, confirió la indulgencia plenaria, con las debidas condiciones, a cuantos visitasen la iglesia de San Paio el último día de las fiestas en tributo de la Sagrada Familia.
Luis Ángel Bermúdez Fernández