El plan de Dios no siempre está acorde con nuestras expectativas. De esta JMJ esperaba mil momentos eufóricos y llenos de alegría por todas partes. Me esperaba sentir a Dios en cada momento y vivirlo con fuerza. Pero, me encontré con Dios de otra manera.
No soy una persona que se sienta cómoda en grupos grandes, tiendo a aislarme y a sentirme apartada y en esta JMJ no ha sido diferente. En el momento me costaba mucho sentir a Dios, era como si fuese algo ajeno a mí, pero recordando con perspectiva estuvo en todo momento. Estuvo en cada sonrisa, en cada abrazo, en cada beso en la frente, en cada “buenos días” al despertar y en cada abrazo de buenas noches al irme a dormir. Estuvo en todas las familias de Aveiro y en cada comida que nos preparaban. Estuvo en conversaciones eternas, en el “perdón” que me llenó el alma y en cada “¿rezamos?”. Estuvo en los ratitos de oración en los que no fui capaz de conectar y estuvo también en los que según veía al Santísimo me ponía a llorar. Dios estuvo en los cafés por las mañanas y en las colas interminables para confesarse. Dios estuvo en las calles de Lisboa, donde cada bandera, cada “Viva España”, “Viva el Papa” o “Viva Cristo Rey” me ponía la piel de gallina. Dios estuvo en cada acorde de todas las canciones que cantamos una y otra vez, en los juegos de autobús y en cada siesta que me eché. Dios estuvo en cada frase que nos dedicó el Papa y que quedarán grabadas en nuestro corazón. Dios estuvo en cada persona con la que me he cruzado en esta JMJ, desde la persona que tenía durmiendo al lado hasta la polaca que me dio una pulsera en el metro y jamás volví a ver. Dios estuvo siempre, hasta cuando no era capaz de diferenciar entre sentir y creer.
La última noche que pasamos en Coimbra nos hablaron de que la JMJ no siempre da resultados inmediatos y que hay que recolectar los frutos con el tiempo. Hoy, dos días después esos frutos están empezando a llegar al darme cuenta de cada regalo que Dios me ha dado.
Carlota Herrero