- Durante la celebración de la festividad de Santo Tomás de Aquino, el arzobispo de Santiago, monseñor Francisco José Prieto, subraya la profunda sabiduría y humildad del santo.
El arzobispo de Santiago, monseñor Francisco José Prieto, presidió esta mañana la Eucaristía en la festividad de Santo Tomás de Aquino, celebrada en la capilla del Seminario Mayor Interdiocesano. El arzobispo estuvo acompañado del rector y del equipo formativo del Seminario, D. José Antonio Castro Lodeiro, D. Ángel Carnicero Carrera y D. Juan Manuel Basoa Rodríguez; así como de los directores del Instituto Teológico Compostelano y del Instituto de Ciencias Religiosas, profesores, alumnos y seminaristas.
En su homilía, monseñor Prieto resaltó la figura del santo, conocido por su profundidad teológica y su humildad. Recordó una súplica atribuida a Santo Tomás: «Señor, concédeme una voluntad que te busque, una sabiduría que te conozca, una vida que te agrade, una perseverancia que te espere y una confianza que te posea». Invocando esta oración, monseñor Prieto enfatizó que la verdadera sabiduría es un don de Dios que nos encuentra y nos precede.
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Durante su homilía, citó a Heidegger, quien afirmaba que a veces es necesario dar un paso atrás para poder avanzar. Comparó esta reflexión con la capacidad de Santo Tomás de abrir la ventana de la verdad de Dios, que permanece siempre abierta. Destacó también la famosa escena en la que, durante una Eucaristía, Santo Tomás experimentó una visión tan profunda que dejó inacabada su obra más reconocida, la «Suma Teológica».
Monseñor Prieto subrayó la importancia de la humildad, mencionando otra escena en la capilla de San Nicolás en Nápoles, donde Cristo, desde el crucifijo, pregunta a Santo Tomás qué recompensa desea por haber hablado bien de Él. La respuesta del santo fue clara: «No quiero nada, Señor. Te quiero a ti«.
El arzobispo recordó que la fe es tanto don como búsqueda y animó a los fieles a dejarse encontrar por Dios, superando cualquier ideología que distorsione su palabra. Destacó la simplicidad y profundidad de Dios en la vida cotidiana, donde se manifiesta como huellas en nuestra biografía.
En el marco del Jubileo romano de 2025, bajo el lema «Peregrinos en la esperanza», monseñor Prieto destacó que la esperanza no reside en el cumplimiento de deseos, sino en «el sentido que Cristo otorga a nuestras vidas·. Al referirse a la inteligencia artificial, advirtió que, aunque pueda superar la inteligencia humana, nunca podrá reemplazar la cercanía y el encuentro humano.
Finalmente, monseñor Prieto invitó a los presentes a continuar celebrando la Eucaristía, dando gracias por Santo Tomás y San Juan Bosco, ambos santos que centraron sus vidas en Cristo. Concluyó su homilía llamando a vivir con humildad, esperanza y caridad, y a buscar siempre la verdad y la sabiduría que provienen de Dios.
Tras la eucaristía, el arzobispo presidió un acto académico en el salón noble del Instituto Teológico Compostelano con una conferencia a cargo D. Mario Pérez Moya: «Imaginar con la filosofía el mundo que Dios sueña, en tiempos de cinismo».
El director del ITC, D. José Antonio Castro Lodeiro, presentó al ponente destacando su impresionante currículum académico y su sensibilidad especial hacia los marginados. Lo describió como un «trovador de sueños», resaltando su perspectiva única, basada en su experiencia como cura rural y profesor. Esta introducción, Castro Lodeiro, ayudó a los asistentes a reflexionar sobre la importancia de la humildad, la sabiduría y la cercanía en la educación y la vida espiritual.
Pérez Moya describió el contexto actual como uno de profundo desencanto y cinismo, donde la injusticia se normaliza y la desigualdad se celebra. Planteó la urgente necesidad de recuperar la capacidad de imaginar un mundo más justo y humano, un ejercicio filosófico y espiritual que toca las raíces de nuestra existencia y relación con los demás.
«La perspectiva de los marginados es crucial,» afirmó Pérez Moya, argumentando que Jesús mismo vivió y murió en los márgenes, y que el Papa Francisco destaca que el mundo se ve más claro desde las periferias. Definió la expresión «condenados de la tierra» no como una condición inherente, sino como una consecuencia del sistema colonial y capitalista, destacando que los pobres son sujetos históricos llamados a protagonizar su liberación.
Criticó la invisibilización histórica del pobre en el discurso académico español, donde la pobreza se ha estudiado como un problema social sin dar voz a los propios afectados. Contrapuso el cinismo, entendido como la renuncia a la esperanza y el conformismo, a la imaginación filosófica que llama a soñar lo imposible y a actuar para transformar la realidad. El cinismo contemporáneo se distingue por su desesperanza y escepticismo, que se manifiestan en la indiferencia ante los grandes ideales y valores.
Analizó el origen del cinismo contemporáneo en la frustración ante promesas incumplidas, la pérdida de fe en el cambio y la normalización de la corrupción y la violencia. Así, describió el cinismo como un desafío al Evangelio, oponiéndose a la esperanza cristiana que proclama un mundo posible en Cristo.
Explicó las consecuencias de la banalización de la democracia, como la desafección ciudadana, la apatía política y la emergencia de populismos. Argumentó que el cinismo legitima las desigualdades al afirmar que no hay alternativa al sistema actual, silenciando las voces de quienes sufren opresión y exclusión.
Propuso cuatro pasos para imaginar el futuro desde la perspectiva de los excluidos: reconocer la exclusión como pecado estructural; invertir la lógica del poder; hacer de la esperanza una praxis concreta; y valorar las voces silenciadas. Describió cómo la filosofía, como ejercicio crítico y creativo, puede visibilizar la exclusión, criticar las estructuras de poder y crear nuevas alternativas.
Finalmente, reflexionó sobre la visión poshumanista de la tecnología y su contraste con el mundo que Dios sueña, que no consiste en eliminar el sufrimiento o la muerte, sino en transformarlos a través del amor. Enfatizó la importancia de abrazar la humanidad plenamente, con sus luces y sombras, reconociendo la vulnerabilidad como un espacio donde se manifiesta el amor divino. Concluyó afirmando que el mundo que Dios sueña es un mundo donde la humanidad sea plenamente vivida, no negada, y donde la fe se convierta en acción liberadora.