Monseñor Barrio en la Misa de Nochebuena: “Proclamemos el amor de Dios en cada gesto de nuestra vida”

  • El arzobispo presidió la celebración de la Misa del Gallo en la compostelana Iglesia de San Francisco
  • “Hagamos un lugar a Dios en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra convivencia social”, dijo

“En esta Noche Santa sentimos hondamente la misericordia y el amor de Dios al contemplar al Niño Dios con los ojos de nuestro corazón. Adoramos la Palabra hecha carne. Sólo la adoración es la puerta para entrar en este misterio de la mano de María que “dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (cf. Lc 2,6s)”. Así se expresaba en su homilía de la Misa del Gallo el arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, una ceremonia que tuvo lugar en la compostelana Iglesia de San Francisco. Allí, el arzobispo invitó a los fieles que asistieron a la tradicional Misa de Medianoche de la Nochebuena a permitir que “la ternura del Niño Dios nos toque el corazón y ablande las durezas que nos hacen insensibles a Dios y distraídos ante las necesidades de los demás.  Hagamos un lugar a Dios en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra convivencia social. Proclamemos el amor de Dios en cada gesto de nuestra vida”.

En su homilía, monseñor Barrio dijo que “nos felicitamos todos porque “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la vida sin fe y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y santa”. Así la alegría de Dios nos inundará. Llevemos la luz del Portal de Belén a todos los hogares. “No apaguemos la llama ardiente de esta paz encendida por Cristo”.

En esa misma línea de esperanza, el arzobispo de Santiago dijo: “¡No tengamos miedo a que el Niño Dios nos vea! El ha venido a restaurar a la humanidad conforme a los designios de Dios. Con su venida todo recupera su belleza y su dignidad, el cielo y la tierra se tocan y Dios comparte nuestra condición humana. Nadie está excluido de esta felicidad”.

“La humanidad”, añadió el arzobispo, “esperaba anhelante este acontecimiento” del Nacimiento del Niño Dios y pidió a todos contemplar “la ternura, la pequeñez y la dependencia del Niño Dios, el silencio roto por los sollozos, la riqueza hecha pobreza. De la pequeñez brota la fuerza, del silencio la Palabra, de la esperanza la vida. Con el Niño Dios todo se trastoca: los pobres son bienaventurados, los leprosos son curados, los ciegos ven, la vida brota en lo inesperado. “Sólo lo divino puede «salvar» al hombre, es decir, las dimensiones verdaderas y esenciales de la figura humana y de su destino”, aseguró.