Los hombres se conocen a la hora de los grandes golpes.
Golpead el bronce con un guante: no dará sonido ninguno.
Dadle con un martillo: lo oiréis sonar.
(Napoleón Bonaparte)
En estos días complicados que vivimos a nivel mundial, he estado pensando en una frase de los tiempos de la escuela, atribuida nada menos que a Napoléon, inolvidable emperador de los franceses que, en poco más de una década, tomó el control de casi toda Europa.
Una imagen fulgurante la del bronce que suena a golpes de martillo.
Las borrascas y las pruebas diferencian a las personas, revelando su grandeza o su mezquindad.
Una misma prueba ataca duramente a Job y a su esposa pero, ¡cuán diferente es el resultado!
Job era intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal, disfrutando de buena salud, una vida afortunada y una familia envidiable. En un abrir y cerrar de ojos se queda sin nada: solo, pobre, excluido y enfermo. Entonces, como un roble golpeado por un rayo, lanza un grito al cielo, sin contentarse con ese pobre consuelo que le ofrecen sus amigos teólogos, capaces de parlamentar sobre las pruebas humanas utilizando una serie de discursos aprendidos. Llega a decir que las palabras de sus amigos son “como una tila de malva”. Nada. Para dormirse. El trago lo hace impetuoso en su búsqueda de Dios, convirtiéndole en el símbolo no tanto de la paciencia, sino de la espera tenaz.
En cambio, su mujer se deja abatir pronto, reaccionando de una forma tan petulante que pone en crisis toda fe y toda esperanza, en una lamentación infinita.
¡Cuántas cosas se descubren en la tormenta!
Si quieres conocer a una persona, tienes que verla como reacciona bajo presión, pues es cuando saca lo que lleva en lo más hondo.
Si es cierto que los grandes golpes revelan la verdad de todo ser humano, sin embargo sería improcedente juzgar las reacciones de los que son derribados por un vendaval. Hasta los que se abaten y desesperan pueden revelar una grandeza y una sensibilidad que hay que respetar y salvaguardar.
a cargo del padre Fabio, párroco de Arca y Arzúa