Un oasis compostelano al final del Camino

El franciscano Castro Miramonte dirige un espacio de oración para peregrinos

Con su traje talar, a la puerta del oratorio, situado en los bajos del monumental convento de San Francisco de Compostela, el hermano Francisco Castro Miramonte reparte una piedrecita con la flecha amarilla a los peregrinos que van a participar en una oración. Como meta y final del Camino. Como “acción de gracias y oasis de recogimiento”. Como un abrazo que une en la armonía de la meta alcanzada a los caminantes.

Intelectual apasionado del Camino, Castro Miramonte tiene en su haber varios libros y artículos publicados sobre este tema, entre los que destaca ‘Al encuentro de la vida. Diario de un peregrino’. (San Pablo).

El Camino lo estudia y lo vive. Forma parte de su vida desde niño, no en vano nació en el barrio compostelano de San Pedro. Por eso, viene celebrando esta oración todos los días desde hace trece años. Hoy, hay 32 peregrinos: 23 polacos, 5 franceses, 3 españoles y un polaco. Todos ellos son acogidos en el convento franciscano a su llegada a la meta compostelana. Y se lo quieren agradecer a Dios, que les dio fuerzas para cumplir su sueño caminante.

El oratorio sencillo, decorado con un pequeño Cristo de San Damián, un sagrario de madera, un altar y unos cuantos bancos, en los que se sientan los peregrinos. La mayoría son jóvenes y se conocen de haber compartido juntos parte o todo el Camino. Luz tamizada y música de fondo que invita a la oración. Ambiente austero, sencillo y, a la vez, elegante.

La oración es, como mandan los cánones, corta y devota. El padre Castro Miramonte se acerca al altar y enciende una lámpara. Como aquellas de las vírgenes necias y prudentes del Evangelio. Como las que se conservan en abundancia en el extraordinario museo de Tierra Santa del convento franciscano.

La luz rompe la penumbra ambiental, mientras los peregrinos se recogen en silencio y el franciscano, con voz pausada e intimista, introduce el rito: “Paz y bien. Soñamos con la paz. Esta luz simboliza la paz. A lo largo del camino has escuchado la voz de otros, la voz de la naturaleza, la voz de la cultura y tu propia voz interior. Vamos a escuchar ahora la voz de un peregrino de la historia”.

Tras un rato de oración en silencio, cuatro peregrinos se levantan, suben al atril y leen esta oración en español, italiano, francés y polaco: “En Santiago tenemos un secreto. El Camino no finaliza aquí, sino que aquí comienza tu verdadero camino: tu vida. De regreso a tu país de origen, jamás olvides la experiencia de la peregrinación, que es fuente de sabiduría para la vida. Demuestra que has hecho el Camino en tu compromiso cotidiano. Haz el bien y cuanto más, mejor. No lo dudes, el Amor sostiene la vida“.

Tras la lectura de la oración, de nuevo el silencio y una canción: “Señor, sé mi luz, enciende mi noche”. Y el padre Castro Miramonte invita a coger en las manos la pequeña piedra que entregó a cada peregrino a la entrada del oratorio. “Tienes en tus manos, una piedra que representa tu vida. La vida que está en tus manos. Esa piedra eres tú. Tu vida está en tus manos”.

Nuevo momento de recogimiento. Y el padre franciscano vuelve a introducir uno de los momentos culminantes de la plegaria. “Aquí estamos representando a la Humanidad necesitada de justicia, de paz y de amor. Si quieres, unimos nuestras voces, para rezar juntos la oración de Jesús el ‘Padre Nuestro’. Dios es amor, esperanza, paz, amistad, ternura, solidaridad y bondad. Si amamos estamos en Dios. O simplemente, ten en estos momentos un pensamiento de paz”.

Y en el oratorio abovedado y pétreo, los peregrinos se cogen las manos y brota hacia el altar la oración que Cristo nos enseñó en varias lenguas a la vez y casi al unísono. En un moderno Pentecostés en el cenáculo franciscano de Compostela.

En el altar, el padre Castro Miramonte coge la lamparita de barro encendida la eleva a lo alto y la pasa al peregrino que está a su lado, para que circule por las manos de los presentes. Todos la cogen con unción y la pasan con respeto y una sonrisa. Pequeños símbolos que llegan al corazón.

El paso de la luz y la oración cristiana culmina con un abrazo de paz entre todos y cada uno de los asistentes, que el padre Castro Miramonte introduce así: “Hablamos de la paz, soñamos con la paz. El amor la hace posible. Simbolizamos nuestra alianza con la paz a través de un abrazo”.

Y los peregrinos se funden en un abrazo sentido, profundo. A alguno se le escapa una lágrima. Se nota entre ellos una armonía y una sintonía especial, la que procura el haber sentido y experimentado la paz, la alegría, el sufrimiento, las lágrimas, el dolor y las sonrisas del Camino.

Parecen llenos de amor. Y lo transmiten hacia afuera. Se les escapa. Están radiantes. Han superado el reto, se han encontrado consigo mismos, han llegado a la meta, se han enfrentado a su yo más íntimo. Llevan las pilas cargadas. Parecen luciérnagas, dispuestas a dar luz y a contagiar a su alrededor la suave fragancia de la energía acumulada en el Camino a lo largo de los siglos.

Y tras un nuevo momento de oración, el padre Castro proclama: “Que el amor sea luz de esperanza en tu caminar. Que la paz sobreabunde en tu corazón. Que la bondad sea tu huella en esta vida. Que la fe te afiance frente al misterio de la vida. Y que, llegado el momento de alcanzar la meta, el Amor te abrace eternamente. Sé feliz y haz felices a los demás”. Y los peregrinos, de pié, con lágrimas de alegría en los ojos, reciben la bendición del Señor.

“Es un pequeño ámbito de espiritualidad abierta y ecuménica. Un oasis al final del Camino, porque también Santiago tiene alma. Y, aunque el Camino, a veces, está muy comercializado, sigue teniendo alma, como has podido comprobar”, dice, sin darse importancia el padre Castro Miramonte.

El franciscano, que está enamorado de su ciudad y de su tierra y se le nota, cuenta y no para historias de peregrinos. De personas que se han transformado, de conversos, de gente que comienza con penas y dolores y en el Camino, resplandecen. Es la mística del Camino, que el franciscano quiere seguir cultivando. Porque “el Camino es escuela de valores y fuente de sabiduría”, dice el padre Castro Miramonte. Paz y bien, hermano.

Y que sigas predicando con el ejemplo. De hecho, mañana, una hospitalera que vive en Barcelona, llevará, en nombre de todos los peregrinos, una rosa para depositarla en La Rambla. En recuerdo por todas las víctimas y sus familiares y amigos. Y como símbolo de la paz universal.

Fuente: José Manuel Vidal | Religión Digital