XXV Domingo del Tiempo Ordinario “B”

El mensaje central de la Liturgia de la Palabra de este domingo se refiere de nuevo a los acontecimientos de la Pasión de Cristo, como el mismo Jesús anuncia a los suyos en el Evangelio: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.”

Si el icono central del Evangelio nos llama a poner nuestros ojos en el Crucificado-Resucitado, ampliando el campo de observación, descubrimos la enseñanza que se desprende de los textos, que advierten que se pueden reproducir los hechos violentos en nuestros días por causa de las pasiones humanas. “Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males”.

El profeta señala otra de las causas de la violencia, cuando no se soporta la verdad y se mata al mensajero: “Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados”.

Ante las lecturas de este domingo no sirve juzgar a los posibles violentos, o a los deshonestos,  o a los corruptos. Lo que debemos hacer es reflexionar por si en nuestro corazón se alberga alguna semilla por la que puedan crecer la envidia, los celos, el mal querer. También es posible que uno sea objeto de injusticias y de maltrato. En este caso la mirada a Jesús libera de la opresión, y un secreto para superar el acoso es la oración: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras”.

En la vida diaria, las cosas pueden comenzar por un gesto o una acción pequeña, pero que esconde rivalidad, y si se deja crecer el sentimiento, acaba agigantándose hasta hacerse imposible la convivencia. ¡Cuántas familias se rompen por no saber atajar el primer sentimiento contrario al amor, al perdón y a la comprensión!

Nos escandalizamos por las estrategias de los que violan los derechos humanos, y es bueno ser críticos con quienes utilizan el poder para someter a los más débiles. Pero es muy importante tener la objetividad evangélica, no sea que denunciemos la paja en el ojo ajeno y llevemos la viga en el nuestro, como dice Jesús.

Hoy son necesarios todos los esfuerzos para no sucumbir en el revanchismo, en el odio que rompe y quiebra la convivencia. Que al ver los efectos de estas actitudes en la vida de Jesús, andemos avisados y nos convirtamos en antídotos contra toda violencia, maledicencia e intriga.

Como reacción ante el paisaje violento, el Evangelio nos propone el ejemplo de los niños. -«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

Ángel Moreno Buenafuente