XXXIV Domingo T.O. Cristo Rey

Según la cultura de cada tiempo, así se comprenden ciertas expresiones sociales y familiares. En una hora en la que se diluye la figura del padre, e incluso desaparece el padre reconocido, hay quien siente dificultad de presentar a Dios como Padre, si la referencia biológica y familiar está tan afectada por la ausencia paternal.

Si invocar la paternidad de Dios puede resultar contracultural, ¡qué no diremos de las expresiones sobre Jesucristo, que nos ofrecen las lecturas de hoy, cuando se nos presenta con poder, dominio, señorío, en majestad, como príncipe y como rey!
Podría parecer que el lenguaje bíblico es en verdad contracultural y que choca con la sensibilidad social de este momento. Y, sin embargo, no cabe subterfugio. Jesús invoca a Dios como Padre, y nos enseña a orar como hijos de Dios. Pilato pregunta directamente a Jesús sobre su identidad real, y Jesús le contesta: -«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»

Si contemplamos atentamente las lecturas, no solo se nos revela la identidad real de Jesucristo, sino también la nuestra: “Aquel que nos ama, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre.” Somos de estirpe real, y convertidos en hijos de Dios.

Nuestra naturaleza reclama la dimensión vertical, conocer nuestro propio origen. Es un derecho de toda persona, y cuando no lo encuentra siente una orfandad dramática. La antropología cristiana nos inserta en las manos de un Creador, que es Padre y Madre, con amor entrañable, quien se nos ha revelado en su Hijo Jesucristo por quien todo ha sido creado. Él es el principio y el fin de todo, el alfa y la omega de la historia.

Lo podremos reconocer o no, pero “al nombre de Jesús toda rodilla se dobla en cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclama: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”.
No tengamos pudor en llamar a Jesucristo nuestro Rey, porque su modo de presidirnos es echado a nuestros pies, para enseñarnos la paradoja del Evangelio: “El que quiera ser primero que sea el último; el que quiera ser Señor, que sea vuestro servidor”. El Maestro se autopresenta de forma realmente contracultural, pues nunca se ha visto que el Señor sea quien lave los pies al siervo.

Quienes han creído en Jesucristo han deseado seguir sus pasos, y son ejemplo de humildad, sencillez, servicialidad, frente a quienes ponen su prestigio en la prepotencia, el orgullo, y el dominio despótico.

San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús no tienen pudor en contemplar a Jesucristo, Rey del universo.

Ángel Moreno Buenafuente