La palabra “compasión” significa padecer con, com-padecer, y sin duda este tiempo nos conduce a la contemplación de los misterios de la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, para sufrir con quien va a la Cruz para redimirnos de nuestros pecados. La compasión tiene que ver también con la misericordia, pues ambas son un sentimiento que nace de las entrañas conmovidas.
En las Sagradas Escrituras se encuentran textos emblemáticos en los que se nos propone la actitud generosa de acercarnos a quienes sufren. Tobías es un ejemplo de hombre piadoso que por las noches daba sepultura a sus hermanos judíos, a pesar de que se lo prohibían. Pero es la parábola del buen samaritano la que más explícitamente plasma el gesto arriesgado y compasivo de recoger a un herido, curarlo y llevarlo a la posada.
De Dios se dice que es compasivo y misericordioso, y san Pedro nos recomienda: “Quereos como hermanos, tened un corazón compasivo y sed humildes”. Del justo canta el salmo: “En su casa habrá riquezas y abundancia, su caridad dura por siempre. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo”.
El Señor nos encarece: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».
Jesús nos da también ejemplo en varios momentos de su vida de esta actitud compasiva. Así lo presentan los evangelios cuando ve a la multitud como ovejas sin pastor, y cuando se encuentra con el cortejo fúnebre del hijo único de una viuda en Naím: “Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»
San Pablo, al narrar su experiencia de conversión, destaca la compasión que Jesús tuvo de él: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto precisamente se compadeció de mí”.
Y cada uno de nosotros puede acoger en lo más profundo de su corazón: “Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Los que antes erais no-pueblo, ahora sois pueblo de Dios, los que antes erais no compadecidos, ahora sois objeto de compasión”.
¡Cómo no tener un corazón compasivo, cuando somos beneficiarios de tanto amor del Señor! Santo Tomás, en un arranque de amor, dijo a sus compañeros: «Vamos también nosotros y muramos con él».
Ángel Moreno Buenafuente