El profeta Miqueas, en la 1ª lectura de la Misa de hoy, proclama que Belén no es la más pequeña de los poblados de Judá, porque de ese lugar saldrá el jefe de Israel, el Mesías anunciado. Cuando él llegue, sus hermanos retornarán a ser hijos de Israel y miembros del pueblo elegido. El guía descendiente de David, será un pastor que los dirigirá con la fuerza del Señor. Así, en adelante, habitarán tranquilos desde un confín al otro de la tierra, pues él será nuestra paz.
La Carta a los Hebreos nos pone al tanto de la actitud del Hijo de Dios al venir al mundo. Sabía que al Padre no le agradaban los holocaustos y sacrificios que se ofrecían según la Ley mosaica. Al mismo tiempo veía que el Padre le había dado un cuerpo. Pues bien: él quiere, antes que nada, cumplir la voluntad del Padre. Por eso le entrega ese cuerpo, ofrecido en sacrificio de una vez para siempre, por los pecados de su pueblo, de modo que todos quedemos libres de nuestras culpas.
El Evangelio según San Lucas, da cuenta de la Visitación de la Virgen María a su pariente Isabel. Al llegar María a casa de ella y saludarle, el niño que Isabel llevaba en su vientre saltó de alegría. A continuación, llena Isabel del Espíritu Santo, proclamó a su prima bendita entre las mujeres, y manifestó que era bendito el fruto de su vientre. No pudo contener su satisfacción por la visita de la madre de su Señor, como lo había percibido Juan el Bautista, el niño que Isabel llevaba en sus entrañas. San Lucas nos dice que Isabel proclamó dichosa a María, por haber creído en la palabra del Señor, que no dejará de cumplirse.
José Fernández Lago