Mario quiere ser camarero. De restaurante, no de “camarín” de santos. “Salao” y “epabilao” y no “cansino” ni “perdonavidas”. Dice que es el trabajo del futuro. Duro y mal pagado, sí, pero ¿y si con su euro de propina compra un banco popular? Acudiría al restaurante en monopatín, rindiendo homenaje a su héroe sencillo y eficaz: Ignacio Echeverría.
A Mario le preocupan las siglas más que los idiomas. Chapurrea mejor el francés y el inglés, de lo que pronuncia EBAU, las dichosas pruebas que evalúan su bachillerato. A la filosofía de la calle, le gana la sensatez de un bar o un restaurante, donde las secesiones se ahogan entre cañas y las mociones de censura se digieren con un pincho de tortilla.
Tal vez provenga Mario del “Homo Sapiens” descubierto en Marruecos. Pero el respeto y la prudencia observadora los aprendió de su familia gallega. Y eso aventaja a un camarero. Sostiene con humor que las Tres Personas Divinas se parecen a los amigos colosales que se disputan la cuenta: “pago eu!!”; “nin falar, pago eu!!”; “tades tolos, tócame a min…!!”
Manuel Ángel Blanco
(Cope, 9 de junio de 2017)