Este tiempo es propicio para atender a tres llamadas de la Palabra: ayunar, compartir los bienes y orar, que responden al mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas. Y ante las tentaciones del afán de poder, de los deseos de tener y de placer, se nos recomiendan los antídotos de orar, dar limosna, y ayunar.
La oración es la fuente de toda la vida espiritual cristiana. Caben diversos ejercicios espirituales que ayuden a disponerse para orar, pero que pueden quedarse en la puerta del encuentro teologal y trascendente que caracteriza la oración, si no se da el paso de la relación.
La oración cristiana es la apertura a la relación con el Tú divino, revelado en Jesucristo, es tratar de muchas maneras con Él. La Palabra de Dios, la presencia real en la Eucaristía, la acogida de la Providencia en los acontecimientos, la hospitalidad en el nombre del Señor, la relación interior con quien nos habita son posibles expresiones orantes.
La oración puede ser mental o vocal, ninguna desmerece con tal que se haga, según señala Santa Teresa, con consideración. La meditación de las Sagradas Escrituras, la estancia en silencio ante el sagrario o en medio de la naturaleza, la recitación de salmos u otros textos, la invocación litánica como ejercicio para mantenerse en la presencia de Dios, los actos de amor interiores hacia quien sabemos que nos ama son expresiones orantes de los maestros espirituales y de los santos.
Orar ayuda a trascender la vida y la historia, a colocar todo en el horizonte esperanzador, porque significa una relación explícita con el Dios revelado, que nos ofrece su ayuda, acompañamiento y misericordia.
De orar o no depende la lozanía de la fe, la lectura de todo acontecimiento en clave teologal, porque desde ella se tiene la certeza de que nada sucede al margen de Dios, y Él ve lo más profundo de nuestro ser. Los orantes nos recomiendan saber esperar, hacer justicia con Dios dándole el crédito que merece, y confiar en Él.
La oración es como el agua en la sequía, como la sombra en el bochorno, como la brisa suave en pleno estío; repercute en el modo de interpretar de manera positiva la realidad, aun la más aciaga, pues en la contrariedad se nos ofrece consolidar la fe.
Orar es tratar con Dios dentro de uno mismo, o al hilo de cuanto sucede; es vivir en su presencia, a través de mediaciones recomendadas por los maestros, y por el mismo Jesús: “Tú, cuando quieras orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta, y Dios, que ve lo escondido, te escuchará”. No dudes de la presencia amorosa de Dios. Él no defrauda.
Ángel Moreno Buenafuente