Si hay un personaje del Antiguo Testamento que representa proféticamente a Jesús es José, el hijo amado de Jacob.
El gran relato de la vida de José, que fue despojado de su túnica, vendido por sus hermanos por 30 monedas, exiliado de su patria, esclavo y encarcelado, tiene una analogía con la vida de Jesús, también vendido por treinta monedas, despojado de sus vestidos y de su túnica, encarcelado…
Encontramos entre José y Jesús otra semejanza sorprendente. Nos narra el libro del Génesis que una vez deportado José a Egipto y vendido como esclavo, fue consultado por Faraón sobre un sueño que había tenido, y que gracias a la interpretación que le dio, se acopiaron en graneros grandes cosechas de trigo, que se convirtieron en despensa para los días del hambre, escasez que alcanzó no solo al imperio de Faraón, sino también a Canaán, donde vivía Jacob con sus hijos.
El hambre hizo que los hijos de Jacob acudieran a pedir trigo a Egipto, y fue José quien se convirtió en anfitrión de su familia, sin mostrarles ningún rencor. Este final del relato nos revela cómo circunstancias dolorosas que contempladas en sí mismas desconciertan, se convierten en mediación necesaria para un bien mayor.
Nos parece extraño que tuviera que ser vendido José, hecho esclavo, despojado de su túnica, para convertirse, después, en el provisor de pan para toda su familia. Pero al releer el relato a la luz del Evangelio, comprendemos la dimensión profética de los hechos, cuando contemplamos a Jesús, vejado, vendido, y hasta condenado a muerte, y a la vez convertido en Redentor de todos los hombres, sus hermanos.
Los graneros de Egipto que saciaron a los hijos de Jacob tienen su mejor correspondencia en la multiplicación de panes del Evangelio, y sobre todo en la entrega total que hizo de sí mismo Jesús en la noche de la cena, cuando al partir el pan ácimo, dijo: “Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.
He leído una consideración que me ha impresionado, y que aplico de manera especial a la entrega de sí mismo de Jesús al dársenos en el pan santo: “La posibilidad de dar algo sin darse uno a sí mismo en ello es una triste posibilidad humana, no de Dios” (J.A. García). Dios es dándose. El labrador también se da en el pan partido, cuando lo reparte en la mesa a sus hijos, pero Jesús se nos entrega total y constantemente en la Eucaristía. La donación de sí mismo de Jesucristo para perdón de los pecados y redención de la humanidad es misterio supremo de amor, ofrenda permanente, oblación pascual, sacramento que realiza ante los ojos del Padre y la fe de los creyentes.
Ángel Moreno Buenafuente