Los que estudian las Escrituras nos hacen comprender mejor el significado de algunos pasajes que contienen imágenes y concurrencias muy ricas y profundas. Por ejemplo, los tres evangelios sinópticos y san Pablo narran la última cena; en cambio, en el mismo marco del Cenáculo, san Juan describe el lavatorio de los pies. Este contraste, sin embargo, es complementario, de tal manera que la institución de la Eucaristía hay que comprenderla desde los relatos de la fracción del pan y desde el gesto humilde del Maestro de ponerse a los pies de los discípulos como siervo, pero también con el mayor gesto de amor.
Una clave para comprender el significado de la Eucaristía es rastrear las escenas en las que el texto describe alguna cena, comida o banquete, como es el caso de la parábola del “hijo pródigo”, en la que el padre ofrece un banquete porque ha recobrado al hijo perdido.
Los que nos ayudan a fijarnos en los detalles más significativos, nos hacen observar que siendo preceptivo en el protocolo judío lavarse antes de comer, y en este caso el lavatorio del jueves santo puede significar también purificación, en la parábola en cambio no se dice nada de que el padre mandara traer agua para que el hijo menor, que venía de estar con cerdos, se purificara.
Sin embargo, sí aparece en el relato que el padre manda traer un vestido de fiesta para su hijo. En el rito bautismal, a los catecúmenos se les impone una túnica blanca en señal de la novedad de vida, túnica que es vestido sagrado que identifica al bautizado como renacido.
El padre de la parábola argumenta a su hijo mayor la razón del banquete y de la fiesta: “Era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”.
Si en el marco de la última cena aparece el lavatorio, si los bautizados se revisten con túnicas blancas a la manera del Señor Transfigurado y Resucitado, si el lavatorio nos trae resonancias del bautismo, y si el bautismo es participar en la muerte y resurrección de Cristo, la parábola del “hijo pródigo” encierra resonancias bautismales, que se materializan en la túnica y en la explicación que da el padre al hijo mayor.
Por el bautismo se nos perdonan los pecados y somos criaturas nuevas, renacidas. En el banquete de la Eucaristía se nos da a comer el Pan de Vida; el agua bautismal nos reengendra como hijos de Dios. Al contemplar el texto más emblemático del Evangelio de san Lucas sobre la misericordia, entendemos que lo que describe el evangelista es el núcleo de la revelación cristiana: Dios, por amor, nos perdona, nos reviste con la túnica filial; renacidos de las aguas bautismales, nos sienta al banquete de fiesta y nos envía a ser testigos del amor y del perdón recibidos.
Ángel Moreno Buenafuente