Pasaba de mediodía. Cerca de Pontevea. Habíamos comido. El conductor, espabilado, nos hizo una seña a los somnolientes: “¡mirad: en el parabrisas!”. Ya no recordábamos la caída de la lluvia; ni el movimiento rápido del “limpia”. Se trataba de ¡gotas de agua! Esa bendición no se prodigaba. Apenas duró 3 ó 4 minutos bajo una nube fugaz. Pena de foto.
Pensé en pedir la lluvia como las gentes modernas. Algo así como “ojalá que llueva”; o, tal vez, “debería llover un mes seguido”; o, quizá, “cruzaremos los dedos para que llueva”; o, también, “a ver que va a pasar si no llueve”; o, incluso, “malo sea que no llueva”… pero pronto me di cuenta de que ninguna de esas peticiones incluía dirigirme a Dios. No llega desear.
Los mercados de esclavos regresan. Hombres y mujeres son vendidos por 400 euros en Libia. Aunque cobrar esa cantidad por un mes de trabajo, en nuestro país, también indica una cierta y nueva esclavitud. El Adviento gusta porque reflota hundidas esperanzas. Porque después del túnel viene una cuna con un Niño: luminosa y capaz de liberar. Y colma.
Manuel Ángel Blanco
(Cope, 1 de diciembre 2017)