III Miércoles de Adviento

Monición

Nos acercamos al día santo de la Navidad. Las escenas evangélicas nos ofrecen los relatos, transmitidos, como dice Benedicto XVI, por la tradición familiar. Pocas escenas como la de la anunciación del Ángel a María corresponde a esa tradición.

La Iglesia cree y canta diariamente, al alba, al mediodía y al atardecer el misterio de la concepción del Verbo de Dios en el seno de María sin concurso de varón. Los monjes han tomado la imagen de la zarza ardiente de Moisés, arbusto que arde y no se consume, como símbolo de la maternidad virgen de María.

Parece extraño que invoquemos la zarza en el contexto del Adviento, y sin embargo, se puede contemplar como la paradoja del Creador, que envía a su Hijo para redimir el desierto y convertirlo en vergel, para que los abrojos y espinas se conviertan en redención.

Texto bíblico

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.”

Texto místico

“¡Ay, quién podrá sanarme!/ Acaba de entregarte ya de vero;/ no quieras enviarme de hoy más ya mensajero,/ que no saben decirme lo que quiero” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 6).

Texto pontificio

“El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él” (Francisco, LS 236).

La zarza

“El ángel del Señor se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía. Dijo, pues, Moisés: «Voy a acercarme para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza». Cuando vio el Señor que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!» El respondió: «Heme aquí». Le dijo: «No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada» (Ex 3, 2-5).

¿Te atreves a interpretar que donde está tu debilidad, tu espina, está la fuerza del Señor?

Ángel Moreno Buenafuente